Gabrielle es una propuesta artística que entra a una experiencia sensible de la discapacidad, donde hay toques de ternura como de rigor.

Antonio Dopazo
Sus respuestas a las exigencias de la película, muy delicadas, son casi siempre las que pedía un relato de estas características que se adentra en un territo­rio especialmente sensible, el de las personas con discapacidad.

La directora del Canadá francófono Louise Archim­bault, en el que es solo su segundo largometraje, tras “Familia” en 2005, ha demostrado no sólo estar al tanto de unos seres que complicaban enormemente el desarrollo de la trama, también los ha descrito con ese toque de ternura y de rigor que eran necesarios para no caer en defectos irrecuperables.

No debe sorprender, por tanto, que se hiciera con el Premio del Público en el Festival de Locarno, que forma­ra parte de la sección oficial del de Toronto y que en el de Gijón su protagonista masculino, Alexandre Landry, fuese declarado mejor actor. Es más, fue la cinta ca­nadiense elegida para representar a su país en la lucha por el Óscar a la mejor película en lengua extranjera.

La verdad es que todo el reparto supera con creces los altos listones establecidos por la propia realizadora en el guión que ella mismo ha escrito, con el mérito suplemen­tario de que algunos de los que forman parte del mismo padecen realmente la discapacidad que sufre su cometido.

Consciente de que quería mostrar la auténtica realidad de una joven que sufre las consecuencias de la marginación propia de su dolencia, no ha escatimado los aspectos más relevantes de su caso.

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