Los niños con discapacidad severa son capaces de transformar a otras personas con tan sólo la interacción.

Las madres con niños con discapacidad severa recorren largos caminos. El deseo de verlos caminar o hablar es muy fuerte para desanimarlas y es así como no dejan de tocar puertas a instituciones que puedan brindarles orientación y asistencia.

Xiomara Marchena comenzó a buscar ayuda cuando su hijo Emmanuel Soto tenía solo cuatro meses de nacido. Las mejorías del niño fueron fuentes de esperanza desde sus inicios, cuando todavía ella no sabía –o no aceptaba- que su criatura sufría Trastorno del Espectro Autista (TEA). Desde que tuvo a su única criatura, esta odontóloga de 46 años, dejó de trabajar para dedicarse a cuidarla. “Los recursos se me fueron terminando para continuar con las terapias que recibía y el niño tuvo que durar un año y medio sin recibirlas, hasta que llegué al Centro de Atención Integral para la Discapacidad (CAID)”. A Marchena, sus ojos le brillan cuando habla de su hijo y no puede contener las lágrimas.

“Desde esa fecha (inicios de año, cuando ingresó al CAID) he logrado que el niño me diga ‘mamá’. ‘Mamá te quiero’, que es algo que pensaba que nunca iba a pasar… Para cualquiera que tienen un niño normal no es nada, pero para mí es demasiado”, narra la señora entre sollozos. El CAID es una institución modelo en su categoría, tanto dentro como fuera del país. Esa entidad, que inició sus labores en enero, ofrece un servicio que integra alta tecnología en sus terapias.

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